Animenia
martes, diciembre 15, 2009
Ani Mazmanyan vuelve a Armenia y se enfrenta a sus propios recuerdos y a los recuerdos que fundamentan la memoria del que un día fue su país para descubrir que la memoria no es la negación del olvido sino una forma de olvido. El documental, una nueva incursión en el territorio de la nostalgia, está dirigido en solitario por Cyril Matut con guión de Metodi Matut y Ani Mazmanyan y tiene fecha prevista durante 2011.
Proyecciones y estrenos
jueves, enero 15, 2009
Este viernes 16 de enero a eso de las 21:00 horas se proyectan en el Teatro Riera de Villaviciosa varios de los cortos documentales rodados en Yemen y se estrenará Les nouvelles de Kaboul.
Les nouvelles de Kaboul
domingo, diciembre 14, 2008
Como reconoce con horror y tristeza Ryszard Kapuscinski en uno de sus últimos escritos rige en los medios de comunicación el principio de cuanta más sangre más ventas, lo que distorsiona la realidad y dificulta su comprensión.
Rodado en Afganistán, titular permanente en los medios de comunicación y uno de los confines en que mejor se aprecian los prejuicios y falacias de obligada aceptación, el documental cuestiona la manera en que los mass media presentan la realidad convirtiendola en un videojuego.
Ficha técnica
Fecha: Diciembre, 2008
Duración: 10`
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Fotografía: Francesco Spalletti
Sonido: Ahmad Zahir
Todos están muertos
"A Nikolái Kazimírovich Barbé, jefe de brigada y compañero –me ayudó a sacar una gran piedra de una estrecha galería-, lo fusilaron porque la brigada de Barbé no cumplió el plan que se le había encomendado; lo denunció en su informe el joven jefe de la zona, el joven comunista Arm. Arm fue condecorado en 1938 y más tarde se convirtió en jefe de la mina y jefe de la dirección; gran carrera la de Arm. Nikolái Kazimírovich Barbé guardaba como oro en paño una cosa: una bufanda de pelo de camello, una bufanda azul, larga y caliente, de auténtica lana. Se la robaron en el baño los ladrones; se la llevaron sin más; en cuanto Barbé se dio la vuelta, la bufanda se esfumó. Al día siguiente a Barbé se le congelaron las mejillas. Se las heló a fondo; las úlceras seguían ahí después de muerto…
Murió Ioska Riutin. Trabajaba de pareja conmigo, y eso que los demás trabajadores no me querían de pareja. En cambio Ioska sí quiso. Era mucho más fuerte y más hábil que yo. Pero Ioska comprendía muy bien a qué nos había traído allí. Y no se enfadaba conmigo porque yo trabajara mal. Al final el inspector mayor –así llamaban a los cargos superiores de la mina en el año 37, igual que en los tiempos de zar-, me impuso una “norma individual”. Sobre qué es eso, lo cuento aparte. Y Ioska se puso a trabajar con otra pareja. Pero estábamos juntos en el barracón, y me desperté enseguida ante el golpe de alguien envuelto en una piel que olía a oveja; este alguien dándome la espalda en el estrecho pasillo entre las literas, trataba de despertar a mi vecino:
- ¿Riutin? Vístete.
Y Riutin comenzó a vestirse con prisas; el hombre que olía a oveja se puso a rebuscar entre sus escasas pertenencias. Entre ellas apareció un juego de ajedrez, y el hombre de las pieles lo apartó.
- Eso es mío –dijo presuroso Riutin-. Es mi propiedad. Me ha costado mi dinero.
- ¿Y qué? –dijo la piel de oveja.
- Deje eso. La piel de oveja lanzó una carcajada. Y cuando se cansó de reír se frotó la cara con la manga de cuero y pronunción:
- Ya no te hará falta…
Murió Dmitri Nikoláyevich Orlov, ex secretario de Kírov. Con él cortamos leña en el turno de noche en la mina y, como disponíamos de una sierra, trabajábamos de día en el horno de pan. Me acuerdo bien de cómo nos examinó con su mirada crítica el encargado del almacén cuando nos entregó la sierra, una simple sierra de dos mangos.
- Vamos a ver, viejo –dijo el del almacén de los instrumentos. A todos nos llamaban viejos entonces y no veinte años después-. ¿Puedes afilar una sierra?
- Claro –dijo Orlov al instante-. ¿Tienes una traba?
- La rectificas con un hacha –dijo el del almacén tomándonos por gente enterada y no por uno de esos intelectuales.
Orlov avanzaba por el sendero, encorvado, con las manos en las mangas. Llevaba la sierra bajo el brazo.
- Oiga, Dmitri Nikoláyevich –me dirigí a él tras alcanzarlo dando saltos-. Pero si yo no sé. Nunca he afilado una sierra.
Orlov se dio la vuelta hacia mí, clavó la sierra en la nieve y se puso las manoplas.
- Yo creo, en cambio –empezó a decir en un tono aleccionador -, que cualquier persona con formación superior está obligado a saber afilar y arreglar una sierra.
Estuve de acuerdo.
Murió el economista Sesión Alekséyevich Sheinin, un buen hombre. Durante mucho tiempo no logró comprender lo que estaban haciendo con nosotros, pero al final lo entendió y se puso a esperar tranquilamente la muerte. Valor no le faltaba.
Murió Iván Yákovlevich Fediajin. Con él viajamos en el mismo tren, en el mismo barco. Fuimos a parar a la misma mina, a la misma brigada. Era un filósofo, un campesino de Volokolamsk, el organizador del primer Koljós en Rusia. Y por haber organizado aquel primer koljós recibió su condena, una pena de cinco años de trabajos forzados. La última vez que lo vi fue en invierno junto al comedor. Le di seis talones de comida; los había ganado con las copias que hacía de noche en la oficina. Mi buena letra a veces me era de ayuda. Los talones se iban a echar a perder: llevaban el sello de la fecha. Fediajin recibió la comida de los talones. Estaba sentado a la mesa, y vertía de una escudilla a otra aquella agua sucia: la sopa era clara a más no poder, no flotaba en ella ni una gota de grasa… El engrudo de cemento de aquellos seis talones no llenaba ni una escudilla de medio litro… Fediajin, que no tenía cuchara, lamía con la lengua aquella sémola. Y lloraba.
Murió Derfel. Un comunista francés que había pasado incluso por las canteras de Cayena. Además del hambre y del frío, Derfel sufría moralmente: no se quería creer que él, un miembro de la Komintern, había ido a parar aquí, a un penal soviético. Y su horror habría sido menor si hubiera comprobado que no era el único en aquella situación. Pero todos los demás con quienes había llegado al lugar, con quienes vivía y con quienes se estaba muriendo eran iguales que él. Era un ser pequeño y débil; las palizas se estaban poniendo de moda… Un día el jefe de la brigada le dio un golpe, un simple puñetazo, sin más, para como quien dice mantener el orden, pero Derfel cayó al suelo y ya no se levantó. Murió de los primeros, fue de los más afortunados. En Moscú trabajaba en la TASS de redactor. Dominaba bien el ruso. - En Cayena se estaba mal también –me dijo en cierta ocasión-. Pero aquí se está muy mal.
Murió Fritz David. Un comunista holandés, un activista de la Komintern acusado de espionaje. Tenía un maravilloso pelo rizado, unos profundos ojos azules y la perfilada boca de un niño. Casi no sabía hablar en ruso. Me encontré con él en un barracón tan repleto de gente que no se podía dormir de pie. Estabamos el uno junto al otro. Fritz me sonrió y cerró los ojos. El espacio de debajo de las literas estaba atestado de hombres a más no poder; había que esperar para acomodarse, para ponerse en cuclillas y luego, tras apoyarse en alguna parte junto a las literas, a un poste o a otro cuerpo, echar un sueño. Yo esperaba con los ojos cerrados. De pronto a mi lado algo se derrumbó. Mi vecino Fritz David se había caído al suelo. El hombre se levantó avergonzado. - Me he dormido –dijo con cara de susto. Este Fritz fue el primero de nuestra etapa en recibir un paquete. Se lo había mandado su mujer de Moscú. En el paquete venía un traje de terciopelo, una camisa de dormir y una gran fotografía de una mujer hermosa. Vestido con aquel traje de terciopelo se sentaba de cuclillas a mi lado.
- Quiero comer – me dijo sonriendo y poniéndose rojo-. Quiero mucho comer. Tráigame algo para comer.
Fritz David se volvió loco y se lo llevaron a alguna parte. La camisa de dormir y la foto se las robaron la primera noche. Cuando tiempo después yo contaba aquello siempre me mostraba perplejo y me indignaba:
- ¿Quién y para qué necesitaría una foto ajena? Ni siquiera usted lo sabe todo –me dijo en cierta ocasión un agudo contertulio-. No es difícil adivinarlo. La foto la robarían los hampones para, como ellos lo llaman, montarse una “sesión”. Para sus sesiones de onanismo, mi ingenuo amigo…
Murió Seriozha Klivanski, compañero mío en el primer curso de la universidad, con quien nos encontramos al cabo de diez años en la celda de tránsito de la Butyrka. En la celda de tránsito todos andaban casi desnudos, se rociaban de agua y dormían en el suelo. Sólo un héroe podía soportar dormir en las literas. Y Kivanski se reía:
- Es el tormento del fuego.
Luego, en el norte, nos aplicarán el tormento de hielo. Fue una predicción exacta; pero no se trataba de los lloriqueos de un miedoso. En la mina Seriozha seguía alegre, comunicativo. Se entregaba con entusiasmo al dominio del argot del hampa y se alegraba como un niño pronunciando con la entonación adecuada las expresiones de los criminales. Le gustaba la poesía; en la cárcel a menudo recitaba versos de memoria. En el campo no recitaba. Compartía el último pedazo de pan, o mejor dicho, aún lo compartía… Esto quiere decir que no logró sobrevivir hasta el tiempo en que nadie tenía un último pedazo de nada, en que nadie compartía nada con nadie.”
Varlam Shalámov
Relatos de Kolymá
Murió Ioska Riutin. Trabajaba de pareja conmigo, y eso que los demás trabajadores no me querían de pareja. En cambio Ioska sí quiso. Era mucho más fuerte y más hábil que yo. Pero Ioska comprendía muy bien a qué nos había traído allí. Y no se enfadaba conmigo porque yo trabajara mal. Al final el inspector mayor –así llamaban a los cargos superiores de la mina en el año 37, igual que en los tiempos de zar-, me impuso una “norma individual”. Sobre qué es eso, lo cuento aparte. Y Ioska se puso a trabajar con otra pareja. Pero estábamos juntos en el barracón, y me desperté enseguida ante el golpe de alguien envuelto en una piel que olía a oveja; este alguien dándome la espalda en el estrecho pasillo entre las literas, trataba de despertar a mi vecino:
- ¿Riutin? Vístete.
Y Riutin comenzó a vestirse con prisas; el hombre que olía a oveja se puso a rebuscar entre sus escasas pertenencias. Entre ellas apareció un juego de ajedrez, y el hombre de las pieles lo apartó.
- Eso es mío –dijo presuroso Riutin-. Es mi propiedad. Me ha costado mi dinero.
- ¿Y qué? –dijo la piel de oveja.
- Deje eso. La piel de oveja lanzó una carcajada. Y cuando se cansó de reír se frotó la cara con la manga de cuero y pronunción:
- Ya no te hará falta…
Murió Dmitri Nikoláyevich Orlov, ex secretario de Kírov. Con él cortamos leña en el turno de noche en la mina y, como disponíamos de una sierra, trabajábamos de día en el horno de pan. Me acuerdo bien de cómo nos examinó con su mirada crítica el encargado del almacén cuando nos entregó la sierra, una simple sierra de dos mangos.
- Vamos a ver, viejo –dijo el del almacén de los instrumentos. A todos nos llamaban viejos entonces y no veinte años después-. ¿Puedes afilar una sierra?
- Claro –dijo Orlov al instante-. ¿Tienes una traba?
- La rectificas con un hacha –dijo el del almacén tomándonos por gente enterada y no por uno de esos intelectuales.
Orlov avanzaba por el sendero, encorvado, con las manos en las mangas. Llevaba la sierra bajo el brazo.
- Oiga, Dmitri Nikoláyevich –me dirigí a él tras alcanzarlo dando saltos-. Pero si yo no sé. Nunca he afilado una sierra.
Orlov se dio la vuelta hacia mí, clavó la sierra en la nieve y se puso las manoplas.
- Yo creo, en cambio –empezó a decir en un tono aleccionador -, que cualquier persona con formación superior está obligado a saber afilar y arreglar una sierra.
Estuve de acuerdo.
Murió el economista Sesión Alekséyevich Sheinin, un buen hombre. Durante mucho tiempo no logró comprender lo que estaban haciendo con nosotros, pero al final lo entendió y se puso a esperar tranquilamente la muerte. Valor no le faltaba.
Murió Iván Yákovlevich Fediajin. Con él viajamos en el mismo tren, en el mismo barco. Fuimos a parar a la misma mina, a la misma brigada. Era un filósofo, un campesino de Volokolamsk, el organizador del primer Koljós en Rusia. Y por haber organizado aquel primer koljós recibió su condena, una pena de cinco años de trabajos forzados. La última vez que lo vi fue en invierno junto al comedor. Le di seis talones de comida; los había ganado con las copias que hacía de noche en la oficina. Mi buena letra a veces me era de ayuda. Los talones se iban a echar a perder: llevaban el sello de la fecha. Fediajin recibió la comida de los talones. Estaba sentado a la mesa, y vertía de una escudilla a otra aquella agua sucia: la sopa era clara a más no poder, no flotaba en ella ni una gota de grasa… El engrudo de cemento de aquellos seis talones no llenaba ni una escudilla de medio litro… Fediajin, que no tenía cuchara, lamía con la lengua aquella sémola. Y lloraba.
Murió Derfel. Un comunista francés que había pasado incluso por las canteras de Cayena. Además del hambre y del frío, Derfel sufría moralmente: no se quería creer que él, un miembro de la Komintern, había ido a parar aquí, a un penal soviético. Y su horror habría sido menor si hubiera comprobado que no era el único en aquella situación. Pero todos los demás con quienes había llegado al lugar, con quienes vivía y con quienes se estaba muriendo eran iguales que él. Era un ser pequeño y débil; las palizas se estaban poniendo de moda… Un día el jefe de la brigada le dio un golpe, un simple puñetazo, sin más, para como quien dice mantener el orden, pero Derfel cayó al suelo y ya no se levantó. Murió de los primeros, fue de los más afortunados. En Moscú trabajaba en la TASS de redactor. Dominaba bien el ruso. - En Cayena se estaba mal también –me dijo en cierta ocasión-. Pero aquí se está muy mal.
Murió Fritz David. Un comunista holandés, un activista de la Komintern acusado de espionaje. Tenía un maravilloso pelo rizado, unos profundos ojos azules y la perfilada boca de un niño. Casi no sabía hablar en ruso. Me encontré con él en un barracón tan repleto de gente que no se podía dormir de pie. Estabamos el uno junto al otro. Fritz me sonrió y cerró los ojos. El espacio de debajo de las literas estaba atestado de hombres a más no poder; había que esperar para acomodarse, para ponerse en cuclillas y luego, tras apoyarse en alguna parte junto a las literas, a un poste o a otro cuerpo, echar un sueño. Yo esperaba con los ojos cerrados. De pronto a mi lado algo se derrumbó. Mi vecino Fritz David se había caído al suelo. El hombre se levantó avergonzado. - Me he dormido –dijo con cara de susto. Este Fritz fue el primero de nuestra etapa en recibir un paquete. Se lo había mandado su mujer de Moscú. En el paquete venía un traje de terciopelo, una camisa de dormir y una gran fotografía de una mujer hermosa. Vestido con aquel traje de terciopelo se sentaba de cuclillas a mi lado.
- Quiero comer – me dijo sonriendo y poniéndose rojo-. Quiero mucho comer. Tráigame algo para comer.
Fritz David se volvió loco y se lo llevaron a alguna parte. La camisa de dormir y la foto se las robaron la primera noche. Cuando tiempo después yo contaba aquello siempre me mostraba perplejo y me indignaba:
- ¿Quién y para qué necesitaría una foto ajena? Ni siquiera usted lo sabe todo –me dijo en cierta ocasión un agudo contertulio-. No es difícil adivinarlo. La foto la robarían los hampones para, como ellos lo llaman, montarse una “sesión”. Para sus sesiones de onanismo, mi ingenuo amigo…
Murió Seriozha Klivanski, compañero mío en el primer curso de la universidad, con quien nos encontramos al cabo de diez años en la celda de tránsito de la Butyrka. En la celda de tránsito todos andaban casi desnudos, se rociaban de agua y dormían en el suelo. Sólo un héroe podía soportar dormir en las literas. Y Kivanski se reía:
- Es el tormento del fuego.
Luego, en el norte, nos aplicarán el tormento de hielo. Fue una predicción exacta; pero no se trataba de los lloriqueos de un miedoso. En la mina Seriozha seguía alegre, comunicativo. Se entregaba con entusiasmo al dominio del argot del hampa y se alegraba como un niño pronunciando con la entonación adecuada las expresiones de los criminales. Le gustaba la poesía; en la cárcel a menudo recitaba versos de memoria. En el campo no recitaba. Compartía el último pedazo de pan, o mejor dicho, aún lo compartía… Esto quiere decir que no logró sobrevivir hasta el tiempo en que nadie tenía un último pedazo de nada, en que nadie compartía nada con nadie.”
Varlam Shalámov
Relatos de Kolymá
Shikara
sábado, enero 05, 2008
Cuando termina la temporada turística en un paraíso exótico la vida sigue porque, como recuerda el barquero a bordo de su shikara, “el sol no sale para nosotros”. Retratos de lo cotidiano, historias intrascendentes y mínimas que pasan desapercibidas en un tiempo que ha convertido el viaje en una nueva forma de consumo competitivo y se ofrece al consumidor el mundo entero como si de un centro comercial se tratara: reclamos de cartón piedra, escaparates llamativos y aire acondicionado.
Ficha técnica
Fecha: Enero, 2008
Duración: 9`
Dirección: Cyril Matut
Fotografía: Wolija Latkiewitz
Reconocimientos
Fotogramas en corto IV Edición
Cinestrat 08
CLAM 08
XXII Pärnu International Documentary Film
Festival
15 Festival Cortos de Ciudad Real, 2008
Vanvanch
jueves, octubre 11, 2007
"Cuando finalmente el tren se puso en marcha Ashjen sacó dos mantas de lana de oveja y dos almohadas y preparó las camas en las literas. Con meticulosidad armenia metió las puntas que colgaban. . .
. . . Naturalmente también ésto lo desconocía Vanvanch porque sucedía antes de su nacimiento, en otro mundo, en un mundo en el que ni siquiera era esperado"
Bulat Okudzhava
Cerrar el tiempo, abrir los ojos
. . . Naturalmente también ésto lo desconocía Vanvanch porque sucedía antes de su nacimiento, en otro mundo, en un mundo en el que ni siquiera era esperado"
Bulat Okudzhava
Cerrar el tiempo, abrir los ojos
Puntos de vista y memoria selectiva
viernes, marzo 30, 2007
Las fórmulas más diversas sirven como excusa para el olvido o, en el caso de los más sutiles, para recordar vagamente aquello que resulta menos comprometedor. La desmemoria se refugia en los matices, la selección insconsciente pero convenientemente lúcida, los oportunos olvidos fallidos, los diversos puntos de vista... Son los escondites en los que se instala la desmemoria, el arma secreta de los hombres sin sombra. Sirva de ejemplo el otoño de 1.989. Una misma melodía, 3 memorias diferentes: los rictus de las momias, la parada de los monstruos, las sonrisas anónimas. El cine documental no es, pues, la memoria de nada o de nadie. Las imágenes no dicen sino lo que cada cual quiere entender (sobre todo lo que quiere entender quien elige las imágenes). El cine documental queda tan solo como un método crítico para afilar o mellar conciencias. Última confesión: de aquel otoño quedan muchas imágenes, algunas inolvidables.
Kalina y Petkutin
jueves, marzo 22, 2007
"Su amor de invierno pasado se había hecho más profundo. Comían, uno cada vez, con el mismo tenedor y ella bebía el vino de la boca de él. Petkutin la acariciaba de modo que su alma crujía en el cuerpo. Les decía riendo a sus amigas que nada rasca tan bien como la barba de un hombre, larga de tres días, crecida, mientras se hace el amor."
Milorad Pavic
Diccionario jázaro
Milorad Pavic
Diccionario jázaro
Kaçak
domingo, enero 28, 2007
"Mi último día en la Ciudad transcurre en completo silencio. De pié ante la vieja alacena de haya me encuentro sereno. Mi nombre es Villano. Espero la llegada de un redentor. Una lluvia fina sobre el bosque de helechos gigantes y la playa que hay más allá me absorbe durante unos instantes. Luego regreso al escritorio. Hay unas hojas de papel blanco que esperan, pacientes, sin prisa. Tampoco yo tengo prisa; ni siquiera el más sagaz de los observadores podría intuir, en el movimiento de mis retinas, un asomo de duda o ansiedad. Estoy, de nuevo, limpio. Tan limpio como solo puede estar quien nada teme perder. Y sin embargo, desde antes del amanecer, he sentido la necesidad de recordar. Tal vez porque en el recuerdo no solo están las causas de lo que sucedió después sino el proceso (difuso, sin duda, pero deslumbrante) por el que esas causas se encaminaron de forma inevitable hacia sus efectos. O quizás, y ésta es una explicación más verosímil, porque he recobrado el mismo grado de transparencia que alcancé el día de mi nacimiento.
Para la inmensa mayoría de los habitantes de la Ciudad el nacimiento a la vida es solo un instante confuso que conocen de referencia. Para mí ese instante permanece con tanta nitidez que podría respirar en él. Y descubrir la silueta ligeramente encorvada de Jana que se hace visible a través de una leve bruma. Es muy temprano y la atmósfera húmeda y fría. Jana avanza arrastrando un carrito. Tiene el pelo prematuramente envejecido, despeinado y revuelto. Su rostro, adornado por una sonrisa inexplicable, observa. Me clava unos ojillos diminutos. Son claros, de un gris leve y sereno. Pero me escudriñan con tal intensidad que parece estar leyendo hasta el fondo de mis pensamientos. Continua tu camino, le digo. No mires con desprecio o encontrarás lo que no quieres ver. Ella no tuerce el gesto.
- Te conozco - suspira - y no puedes esconderte. Ni siquiera detrás del fuego porque el fuego no te liberará.
Es entonces cuando me alcanza el silencio, un silencio vasto, lleno de ecos, dentro del cual la lluvia, mansa, lo empapa todo. Me siento limpio, vacío y transparente. Jana sigue hablando, susurrando palabras muy despacio, entonándolas apenas y observando la reacción de mi rostro. Luego se aleja dando pasitos cortos hasta desaparecer tras la puerta de un edificio cuyas paredes no se atreven sino a esconderse bajo una capa negra de suciedad y moho.
Puede que la lejanía conceda un brillo mágico a los recuerdos pero yo no padezco de Nostalgia. La Nostalgia está prohibida en la Ciudad y esa prohibición también me incluye. Sin embargo ahora, mientras espero la llegada de un redentor, me siento de nuevo limpio, vacío y transparente. Como se sintió al nacer el hombre que un día se llamó Kaçak."
Extracto inicial
Anhelos, lamentos y traiciones
Para la inmensa mayoría de los habitantes de la Ciudad el nacimiento a la vida es solo un instante confuso que conocen de referencia. Para mí ese instante permanece con tanta nitidez que podría respirar en él. Y descubrir la silueta ligeramente encorvada de Jana que se hace visible a través de una leve bruma. Es muy temprano y la atmósfera húmeda y fría. Jana avanza arrastrando un carrito. Tiene el pelo prematuramente envejecido, despeinado y revuelto. Su rostro, adornado por una sonrisa inexplicable, observa. Me clava unos ojillos diminutos. Son claros, de un gris leve y sereno. Pero me escudriñan con tal intensidad que parece estar leyendo hasta el fondo de mis pensamientos. Continua tu camino, le digo. No mires con desprecio o encontrarás lo que no quieres ver. Ella no tuerce el gesto.
- Te conozco - suspira - y no puedes esconderte. Ni siquiera detrás del fuego porque el fuego no te liberará.
Es entonces cuando me alcanza el silencio, un silencio vasto, lleno de ecos, dentro del cual la lluvia, mansa, lo empapa todo. Me siento limpio, vacío y transparente. Jana sigue hablando, susurrando palabras muy despacio, entonándolas apenas y observando la reacción de mi rostro. Luego se aleja dando pasitos cortos hasta desaparecer tras la puerta de un edificio cuyas paredes no se atreven sino a esconderse bajo una capa negra de suciedad y moho.
Puede que la lejanía conceda un brillo mágico a los recuerdos pero yo no padezco de Nostalgia. La Nostalgia está prohibida en la Ciudad y esa prohibición también me incluye. Sin embargo ahora, mientras espero la llegada de un redentor, me siento de nuevo limpio, vacío y transparente. Como se sintió al nacer el hombre que un día se llamó Kaçak."
Extracto inicial
Anhelos, lamentos y traiciones
La espera
viernes, enero 26, 2007
"Presa de un estado de insomnio ideal se acomoda entre los cuerpos de compañeros desconocidos y permanece inmóvil reservando para la noche sus fuerzas. El suelo, blando por efecto de la humedad, lo acoge sin alegría. Recostado sobre el hombro izquierdo se conforma - por ahora - con observar las cúpulas de la Iglesia de la Madre de Dios y un minarete, inalcanzable. Y otro, dos mas, tres, cinco, nueve. Más lejos aún la cresta dentada que encierra la Ciudad se rompe bruscamente donde termina la cima de los árboles. Son árboles que a esta hora de la tarde se han teñido de negro y parecen tan solo siluetas recortadas. Sin embargo los que se encuentran más cerca, junto a la estación, conservan aún tonos verdes. Y entre los árboles el edificio de la antigua estación, llegado a su última fase de agonía, se beneficia de improvisados tenderetes y lonas agujereadas que hombres desesperados han instalado poniendo una nota de color aquí y allá. Fuera, delante de la estación, la piedra negra de los adoquines suda. Todo está mojado. Nada se mueve por entre las casas de fachadas grises que se elevan humildemente al otro lado de la calzada. Es difícil imaginar si alguien habita aún aquellas casuchas e incluso quién pudo hacerlo en otro tiempo. La intensidad de la lluvia disminuye hasta convertirse en una impalpable bruma. Detrás del edificio de los talleres, una nave larga con los ventanales acribillados a pedradas, brota el río, emblanquecido por las esclusas que cortan su paso. Algunas plantas trepadoras y raíces retorcidas cuelgan todavía de los soportes metálicos del puente como restos muertos de las tormentas que durante el otoño alimentan su curso. El hombre que un día se llamó Kaçak ha encontrado un lugar junto a la torre del reloj hacia la que viajeros del pasado miraban ansiosos en la espera de su partida. Un poco más allá hay un tilo viejo. Algunos de los hombres que junto a él esperan una oportunidad en la noche hablan a media voz, como si se conocieran. Son suspiros, palabras incomprensibles y alusiones atenuadas que tienen algo de angustia, de tragedia y de amenaza. Sobre todos predomina un cierto nerviosismo fruto de la avidez de noticias. Por esa razón se hacen preguntas de continuo. Pero casi siempre son las mismas. No puede evitar una cierta desilusión. Habría deseado compartir alguno de sus miedos. La palabra traición brota en su interior. Sin embargo, si alguien se hubiera tomado la molestia de acercarse al hombre que un día se llamó Kaçak para preguntarle el significado de la palabra traición es seguro que habría hecho una mueca de indiferencia divertida - me parece estar viéndole - y habría dado media vuelta sin decir nada. Quizás mas tarde, a solas, se habría atrevido a confesar que la traición consiste no en un acto de ingratitud o engaño sino en una huida. El traidor abandona lo que le es propio. Se aleja de su pasado."
Extracto inicial
Anhelos, lamentos y traiciones
Extracto inicial
Anhelos, lamentos y traiciones
El sueño de Padre
miércoles, enero 24, 2007
"El pasado del que Kaçak habla es la guerra que llevó a Padre al norte, un pasado poblado de fusiles, gritos y llantos. Pero también de anhelos. El anhelo de escapar a un destino. Padre se dejó la piel en aquel sueño y de pronto se desvanece y nada queda para él. Las tierras negras del norte, donde la lluvia acaricia y los árboles estallan en colores al comienzo del otoño, quedan para otros. Unos pocos. Padre tiene que regresar a su miserable villorrio donde el olor de las ovejas del Hajduk lo impregna todo. Se introduce en casas y pensamientos, se pega a la piel de cada desgraciado y lo va paralizando, poco a poco, hasta que hace de él una ruina. Padre trajo como único botín de aquel sueño un reloj alemán robado a un pobre muchacho muerto con una bala en el pecho. Lo encontró encogido sobre sí mismo, como dormido, junto a un parapeto. Tenía una sonrisa amarga que parecía destinada a él. Y la guerra se redujo en su cabeza a unas montañas desde las que baja una niebla densa como la leche, al sabor del sljcvoviça y a capotes mojados que se pegan a los cuerpos como si de una procesión se tratara. Una procesión que avanza sin fin y que sólo acaba junto al mar, un mar oscuro y casi tan infinito como la llanura en la que se acurruca el miserable villorrio donde todo está teñido por el olor de las ovejas del Hajduk. Padre había traicionado a los suyos en busca de un anhelo que lo alejase de su pasado y, finalmente, había sido, él mismo, traicionado. Había sido abandonado en el pasado. "
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
Las sombras
martes, enero 23, 2007
"Un hombre joven pero con el rostro amenazado ya por las marcas que deja el olvido y el viento helado de las montañas sube desde el río. Trae una botella en su mano izquierda. En la derecha hay un tatuaje con forma de tela de araña. Le mira con unos ojos grandes y saltones. Pasa de largo. De nuevo se siente defraudado. Si el tipo del tatuaje se hubiera tomado la molestia de acercarse al hombre que un día se llamó Kaçak para preguntar por qué traicionaba él a los suyos, habría hecho una mueca vanidosa - me parece estar viéndole - y habría contestado que el pasado que dejaba atrás no era el suyo. Tenía sus propios sonidos, sus ritos y habitantes pero carecía de un origen en el que pudiera reconocerse. Nunca pudo adentrarse en él, reconocer sus bordes o al menos asomarse a alguno de sus pasillos. Es tan solo un espacio muerto del que no forma parte. Por esa misma razón en su partida no hay traición. Ni hubo traición la noche que se escondió agazapado tras el tronco quebrado de una encina. Aquella noche el viento deshacía las nubes en láminas tan delgadas que, a través de ellas, podían ser contempladas las estrellas. Y, aún más allá, el cielo, negro. Los ojos redondos de una lechuza con el cuerpo plateado también observan el cielo. La entrada al laberinto se abre. Los sonidos cadenciosos de la brisa lo anuncian; a lo lejos, por el camino que discurre unos metros más allá de la encina tras la que se oculta, percibe el eco que producen los cascos de un caballo en su trote sobre el polvo. Sin alcanzar a verlo sabe que aquel caballo tiene un porte distinguido y unas crines largas y negras que él ha peinado cada día. Sobre sus lomos, brillantes, imagina el rostro del Hajduk, sus ojeras, la palidez de su piel y una mirada perdida e imposible de sorprender que domina su apariencia ausente. Espera a que se acerque. Kaçak clava los ojos en un punto incandescente que se desplaza lentamente por el camino. El cigarrillo le servirá de referencia. Las sombras se alargan. La lechuza desaparece. Contiene un segundo la respiración. Su brazo se arquea. Un golpe sordo rebota desde el camino que discurre unos metros más abajo. La piedra alcanza al Hajduk en el pecho, lo desequilibra y el movimiento nervioso del caballo termina arrojándolo de bruces al suelo como si fuera un saco. El Hajduk farfulla unos gritos. Intenta incorporarse. Dobla el brazo sobre el pecho dolorido. Se encuentra frente a Kaçak. En sus ojos, húmedos, bailan dos motas heladas. Algo se mueve pero el Hajduk ni siquiera siente el corte. La garganta se le abre y solo le queda ahogarse en sangre. Se desmorona y muere. Kaçak tiene los músculos de las piernas tan tensos que las rodillas se le flexionan involuntariamente y empieza a balancearse arriba y abajo en una extraña danza de sangre. Ladra triunfal a las estrellas y se escabulle en la noche."
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
La huida
lunes, enero 22, 2007
"El hombre que un día se llamó Kaçak desconoce aún que no es posible ajustar las cuentas con el pasado. Por eso devora las últimas galletas que trae consigo y se dispone a entrar en la Ciudad. Guarda en un pequeño macuto sus pertenencias y se incorpora. El hombro izquierdo le duele y con la mano derecha intenta un breve masaje. La humedad es intensa. Siente en el rostro el aire helado de la noche. Algunos hombres han encendido un fuego y a la luz de la hoguera sus caras anónimas adquieren un tono cobrizo. Retrocede un par de pasos hasta desaparecer tras la torre del viejo reloj de la estación y toma aire. Aspira lentamente una vez, dos, tres veces. Luego sale a la carrera, invisible en medio de la oscuridad. Atraviesa la calle mojada que hay frente a las casuchas de fachada gris y se pega a uno de sus muros. Desde allí la antigua estación, la hoguera y los pobres desgraciados que se agolpan a su alrededor adquieren el mismo tono borroso que Padre y el villorrio donde todo está impregnado por el olor de las ovejas del nuevo Hajduk. Gira sobre sus botas y desaparece."
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
La Ciudad
domingo, enero 21, 2007
"La Ciudad tiene la apariencia de un lugar cerrado, un universo concentrado que sobrevive alimentándose de sí mismo, de sus ruidos y sombras, que se funde con quien la atraviesa hasta impregnarlo en sus propias emociones reprimidas. Lo único importante es llegar y quedarse para siempre en su interior. Atrapado e inconsciente. Al fin vacío. El hilo que une el centro con la entrada - con todas sus infinitas entradas - se desvanece en nada y desaparece. Todo pierde su significado. Kaçak tiene los pies mojados y algo parecido a una sonrisa asoma en las comisuras de sus labios. Nunca saldrá ileso de la Ciudad. Comprende que es su única redención. Y sin embargo, aún entonces, se mueve con precaución, como el eco asustado, por calles que se mecen bajo la luz débil de bombillas suspendidas casi por milagro de los cables del tendido eléctrico del tranvía. Se detiene en un rincón, junto a un chamizo de ventanas diminutas. Toma aire y luego exhala un largo y profundo suspiro. Vuelve a tomar aire y el olor de la Ciudad penetra lentamente por la nariz. Siente cómo llega a los pulmones, los llena y los desborda, se desparrama en su interior y lo ocupa todo. A través de sus arterias llega al cerebro, a los músculos de los brazos, a las manos y a sus piernas. Sabe a lignito, a descomposición y a humo, a vacío y a silencio. Pero sobre todo a miedo. Decide continuar. El eco de las botas se apaga en la bruma que se extiende como una mordaza. Cualquier sonido es absorbido por los adoquines mojados que van quedando atrás. Cruza una plaza desierta, con bancos de piedra también mojados, y siente que el aire se hace más frío. En su rostro se depositan gotas microscópicas que creen brillar bajo una luz demasiado tímida. Dobla una esquina a la altura de un edificio de grandes arcos de granito y apariencia hueca. Avanza unos cuantos metros en la dirección que señala su instinto recobrado. Ahora la bruma es más espesa y la luz menos tímida. Parece como si la Ciudad despertase de un sueño secreto e incluso cree escuchar voces tras las puertas y ventanas cerradas. Al final de la calle se abre una enorme extensión de arena húmeda. Y más allá el mar, expectante, le observa."
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
La lluvia
sábado, enero 20, 2007
"Amanece a sus espaldas. El sol se eleva por detrás de los edificios y convierte la bruma que asciende desde el mar en una nube de polvo brillante que se mueve ingrávida. El hombre que un día se llamó Kaçak permanece inmóvil, los ojos fijos en la imposible quietud del mar. A sus espaldas el ruido de pasos le indica que no se encuentra solo pero ni siquiera se vuelve para mirar. Desde el horizonte llega una cortina de niebla tan espesa que el sol apenas se intuye. Desea que vuelva la brisa y la brisa vuelve. Luego, como si de un recibimiento se tratara, empieza a llover."
Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones
78 días
miércoles, septiembre 20, 2006
El 24 de marzo de 1999 se hizo evidente la diferencia que existe entre vivir una guerra a ras de suelo o protagonizarla a 15.000 pies de altura. 78 días después la diferencia era aún más clara. Los aviones habían desaparecido del cielo y casi todos los habitantes de Serbia seguían allí.
Ficha técnica
Fecha: Septiembre, 2006
Duración: 7`80"
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión: Metodi Matut
Fotografía: Mimo Kosta
mitos, nostalgias y otros comportamientos infantiles
domingo, junio 18, 2006
Hace tiempo que está explicado el mecanismo de la nostalgia: lo que nunca se tuvo es lo más añorado precisamente porque nunca fue. Su recuerdo, inexistente, es fabricado con esmero por el nostálgico, que sustituye la memoria por el deseo. Pero como el nostálgico es incapaz de reconstruir el pasado porque el pasado que anhela no existió el fruto de la nostalgia no es la memoria sino el mito.
A diferencia de la realidad, trufada de rincones llenos de inquietud y desasosiego, la fuerza de los mitos reside en su capacidad para resolver de manera fácil y satisfactoria las contradicciones y debilidades. No podría ser de otro modo. Para eso han sido creados: ofrecer al mitómano asideros sencillos a los que aferrarse desde los que sentirse a salvo.
El único punto débil de los mitos es que deben conservarse en una urna blindada, a salvo de cualquier rayo de realidad, protegidos de la más mínima duda: una vez generado el mito debe mantenerse a toda costa pues el más leve contacto con la verdad lo haría inservible. El mito exige su precio y los mitómanos caen en la esclavitud, un bucle del que no pueden sustraerse (el mito salva al nostálgico de la realidad pero el nostálgico debe salvar al mito de la verdad) y que los convierte en censores de la memoria.
A diferencia de la realidad, trufada de rincones llenos de inquietud y desasosiego, la fuerza de los mitos reside en su capacidad para resolver de manera fácil y satisfactoria las contradicciones y debilidades. No podría ser de otro modo. Para eso han sido creados: ofrecer al mitómano asideros sencillos a los que aferrarse desde los que sentirse a salvo.
El único punto débil de los mitos es que deben conservarse en una urna blindada, a salvo de cualquier rayo de realidad, protegidos de la más mínima duda: una vez generado el mito debe mantenerse a toda costa pues el más leve contacto con la verdad lo haría inservible. El mito exige su precio y los mitómanos caen en la esclavitud, un bucle del que no pueden sustraerse (el mito salva al nostálgico de la realidad pero el nostálgico debe salvar al mito de la verdad) y que los convierte en censores de la memoria.
Soterrar els morts
martes, mayo 30, 2006
De la guerra civil nos quedan algunos lugares y personas, cada vez menos, que vivieron entonces y sobreviven hoy. Recuperar la memoria de lo que ocurrió en otro tiempo es el único reconocimiento posible para los que sufrieron la guerra o la posterior represión franquista porque han transcurrido setenta años y son muchos quienes esperan todavía ser enterrados con dignidad. En especial aquellos que fueron traicionados y nadie los reclama como bandera propia.
Ficha técnica
Fecha: Mayo, 2006
Duración: 19`
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión adaptado: Metodi Matut
Fotografía: Wolija Latkiewitz
Productora asociada: Rebeca Córdoba
Reconocimientos
8ª Edición Certamen de cortometrajes Ciudad de Soria (2006)
IV Concurso de cortos ciudad de Zamora. Subimagen 2007. Mención especial del jurado
De nuevo gracias y más gracias
lunes, mayo 15, 2006
Premio al mejor corto no ficción para el documental Les Yèmènites en el Festival de Cortometrajes de Zamora y tres días de aprendizaje, intercambio y trato inmejorable. Gracias a la organización, al jurado y a los realizadores con los que compartimos la experiencia.
Moltes gracias
martes, mayo 09, 2006
La entrega del Premio del Jurado del Festival de Cine Solidario de Navarcles, CLAM-06, se convirtió en algo más que un reconocimiento para Les Yèmènites. La cercanía con la que nos acogieron y el aprecio que recibió el corto son impagables y dan sentido a nuestra labor.
...vuelven los recuerdos...
miércoles, abril 05, 2006
Poletio soko titsa siva,
Od svetinje, od Jerusalima
I on nosi titsu lastavitsu... (1)
Od svetinje, od Jerusalima
I on nosi titsu lastavitsu... (1)
(1) N. del T. Volando viene un ave gris, un halcón / de Jerusalén la santa / y en el pico lleva una golondrina. Versos iniciales del extracto conocido como El desastre del Imperio Serbio, que forma parte del ciclo épico de Kosovo Polje. Edición completa en Antologija narodnih junackih pesama, Spreska knjizevna zadruga, Belgrado, 1971.
Se acaba la noche
lunes, marzo 20, 2006
Y cuando se acaba la noche no vuelve el día sino la soledad. El taxi le deja junto al bulevard, cerca de un snack-bar. De la plaza le llega el ruido de un camión de reparto y sus frenos al chirriar. Recorre a pie los metros que le separan de Draza (1), una fonda decrépita y olvidada. La puerta es vieja y la pintura verde que la cubre se aferra a la madera en un esfuerzo que solo puede mover a la compasión. En el interior hay una mujer ante un pequeño aparato de televisión en blanco y negro. Es una mujer triste, de cabellos desarreglados y ligeramente canosos. Bordea los cuarenta. Pregunta por una habitación con baño y la mujer recoge una de las llaves que tiene colgadas en el cajetín a su espalda. Le guía hasta el tercer piso por una escalera con barandilla de hierro. La habitación resulta un cuartucho con el suelo de linóleo verde y las paredes de papel despellejado, un camastro en el fondo y un pequeño retrete. Deja la bolsa y paga al contado. La mujer sale sin decir nada.
Descalzo deja que los pulmones se le llenen con el olor del silencio húmedo que desprenden la estancia. Trata de divisar el mar desde la ventana pero no alcanza. Sin deshacer la cama se acuesta y permanece en silencio, concentrado en el sonido profundo de su respiración. Ha transcurrido mucho tiempo. Recuerda a la chica de la que estuvo enamorado alguna vez. Quizás la única. Quizás nunca había estado enamorado. Trabajaba en la Samaritaine (2), una de las panaderías mejor surtidas de croissants calientes, tartas de manzana, briochés y pasteles rellenos. Nunca se pidieron mas que un respiro. Tenía la nariz respingona, con pecas, y reía como un pajarito. Un día recogió su equipaje - que no era mucho - y dejó atrás los pastelillos que rodaban por la colcha a la hora del desayuno. Abre los ojos y vuelve a la habitación. Luego se ducha y sale. Camina con paso poco decidido, deambulando sin rumbo. Al llegar a una plaza entra en un pequeño bar. El dueño, un hombre de color sonrosado y ojos verdes, le invita a sentarse en una de las mesas, sucia con restos de la cena de otro cliente. Su mujer, habladora y agradable, se acerca a limpiarla. Tiene el pelo de color estopa y toda ella es torpe y desmañada pero habla con una voz melodiosa que le resulta enternecedora. Le sonríe a los ojos y, bastante sorprendida, ella le devuelve la sonrisa.
Una mujer se refugia en el fondo de una taza vacía. Lleva un sombrero de otra época. Ella misma pertenece a otra época. Una anterior a la noche.
N. del T.
(1) La fonda Draza y el Hotel Khan aparecen como escenarios en otras obras del autor como Tatiana y las piedras, Invierno en Kraljevo y Stari Grad.
(2) Referencia a la pastisserie francesa, inevitable y ya clásica en el autor.
Salah
martes, marzo 07, 2006
Cinco rezos diarios componen el Salah y cinco las perspectivas de Yemen que se desarrollan en el documental: la ciudad de Sana´a, el desierto, la cultura tribal, la arquitectura del barro y el último rezo, el Isha´a, para el recogimiento de la noche. Coproducido por wholly humble heart films y Mimoglu Cinema, se cierra con éste el ciclo de documentales dedicados a uno de los confines del Islam, Yemen, y del que forman parte Tihama, Les Yèmènites y Lady Ashford`s secret
Ficha Técnica
Fecha: Marzo, 2006
Duración: 37,41`
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión: Metodi Matut
Fotografía: Mimo Kosta
Narración: Vigile de Velate
Más sobre cegueras
viernes, noviembre 11, 2005
Hace seiscientos años – quizás alguno mas - un hombre que cubría su cabeza con un yelmo en forma de cúpula turquesa descendió a las entrañas del monasterio para descubrir el significado de la palabra oscuridad. Se trata de una construcción sencilla levantada a pocos kilómetros de la Ciudad, al cobijo de una gran roca negra a cuyos pies se extiende un gran lago negro. Sus líneas son robustas, sólidas y bien proporcionadas. Desde el exterior se diferencian sin dificultad la nave y los brazos cortos del crucero y el presbiterio que culminan en la cúpula. En el interior las tres naves y los brazos del crucero se elevan altísimos hasta las oscuras bóvedas enterradas entre muros ingentes. Sin ventanas, sin respiraderos, la luz del exterior que se filtra a través de las hendiduras de las cúpulas resulta sólo una intuición, una lejana promesa que no alcanza a tranquilizar en medio de la noche: la luz llegará con el día siguiente. Porque no se trata de penumbra como la palpada en los calabozos de las fortalezas que arrasó en otros tiempos. Es la oscuridad más negra. Y tiene que detenerse unos minutos, junto al trono, hasta que sus sentidos se adapten al lugar. Pero la espera resulta inútil. Y se pregunta qué impulsa a los infelices constructores de aquel lugar a buscar a Dios en madrigueras excavadas en la roca. Valiéndose de las manos atraviesa una puerta pequeña por la que accede a un lugar más pequeño y más oscuro donde encuentra una gran caja de mármol blanco. En la cabecera del sarcófago, sobre la pared, hay cuatro frescos con retratos de, supone, cuatro guerreros. Los imagina imponentes, dotados de la misma voluntad que los guerreros que yacen muertos en el campo de batalla donde las amapolas crecen rojas como en ningún otro sitio. No alcanza a descubrir sus caras ni las ropas con que han sido retratados por el pintor, lo que no deja de ser un alivio para un hombre al que está prohibido admirar la representación de otros hombres. Pero siente pavor al descubrirse contemplado por los cuatro pares de ojos de los cuatro frescos. Y allí, ciego en la oscuridad más negra de la cripta, cree perder la cordura. Incapaz de enfrentarse a la silenciosa superioridad de quienes están dotados de la capacidad de mirar y ver en la oscuridad, extrae una daga de entre los pliegues de su camisa y se abalanza sobre las imágenes, apuñalando sin piedad los ojos de los guerreros. Lleno de rabia, enloquecido por su momentánea ceguera, encuentra como única respuesta reducir a su misma miserable condición a aquellos todopoderosos rostros.
Y sin embargo el hombre que bajó a la cripta para descubrir el significado de la palabra oscuridad no solo experimentó pavor. Quizás en un primer instante, aterrorizado en la negritud del monasterio-mausoleo, su reacción fue la del lobo que, después de sembrar el pánico y la destrucción en el rebaño, siente sus pasos espiados y se revuelve contra perseguidores imaginarios. Todos hemos experimentado remordimientos en alguna ocasión y el hombre que bajó a la cripta no es excepcional. Al menos ante aquello que no puede someter a su voluntad. Pero los remordimientos duran un instante. Luego se desvanecen y quedan atrás. Por eso su miedo inicial da paso a la ira de quien se sabe señor indiscutido de vidas y haciendas: ha vencido en la batalla de la llanura de las amapolas, es dueño de las tierras y valles que se extiende hasta el horizonte y no resta nadie que se atreva a empuñar una espada y desafíe su dominio. Pero en la cripta, sobre las paredes ahumadas por los cirios, erguidas como llamas en la oscuridad, quedan las miradas desafiantes de seres inmortales porque ya no existen. Y el pavor inicial del hombre que bajó a la cripta se transforma en resentimiento. Y el resentimiento engendra la venganza brutal que se ceba en la voluntad no quebrada que emana de aquellos frescos. Y les arranca los ojos. Las mutilaciones son un castigo habitual entre los suyos y se hará habitual aquí, en la Ciudad, a medida que el hombre que bajó a la cripta avanza por las tierras que se extienden desde la llanura de las amapolas.
Cegueras... y cegueras
martes, octubre 18, 2005
Cuenta la leyenda y cantan los Guzlari que el hijo de un gran rey - llegaría a ser, también, padre de otro gran rey – se rebeló contra su padre; vencido por éste y, antes de ser desterrado a Constantinopla, le sacaron los ojos con hierros candentes. Pero el hijo del rey no perdió totalmente la vista, por intersección de san Nicolás o gracias a unas monedas que cambiaron convenientemente de dueño, qué más da. El desterrado pasó cinco años fingiéndose ciego, mirando al sol como si fuera de noche y cuando, por esas vueltas que da la política familiar, fue llamado al palacio de su padre, se postró ante él y juró arrepentirse de todas las ofensas cometidas. El padre se le acercó, hizo que se levantara y le besó, perdonándole su traición. Pero no se quitó la venda con la que cubría sus ojos. Y con los ojos vendados tomó posesión de las tierras con las que su padre recompensó su recuperada posición. Incluso cuando le fue anunciada la muerte de su padre el ahora rey no se retiró la venda de los ojos hasta que se aseguró que el padre que había ordenado una vez su ceguera no solo estaba muerto sino enterrado bajo tierra. Resulta difícil experimentar tal grado de temor al contemplar la imagen del padre Rey en la iglesia de Begovica Ljeviska de Prizren. Quizás sea el efecto de los atributos bizantinos – corona imperial, cetro y akakia – con los que fue retratado, o quizás sea el resultado del gesto de su boca, ojos y cejas, desengañado y conformista. El hijo ahora Rey fundó en Decani una iglesia destinada a ser su mausoleo pero no llegó a verlo terminada porque fue depuesto y estrangulado ¡por su propio hijo! Después de todo es posible que recobrara la vista demasiado pronto.
Un maestro
lunes, octubre 17, 2005
Alguien preguntó a Robert Capa por el secreto de su capacidad para lograr retratos naturales y sinceros: "interesarse por las personas y que las personas lo noten". A esa regla dorada habría que añadir una observación realizada por Steinbeck durante un viaje que compartió con Capa por la URSS: "lograba moverse silenciosamente y hacer fotos sin ser visto". Discrección y sinceridad, el secreto de un maestro.
Pero no hay nadie
miércoles, agosto 31, 2005
En un esfuerzo tan vano como insano pretendía haber hecho de la tristeza su particular forma de adaptación. Convencido de la inutilidad de la angustia pero incapaz de escapar al sufrimiento, se abandona de los demás y renuncia. Y se encoge, desvalido, en una mirada apenas intentada. Sus facciones se vuelven tan yermas como un inmenso páramo cubierto por una nevada que no cubre sino que desnuda, revelando solo unos escasos momentos grabados con firmeza. Todo lo demás se ha borrado. Ha desaparecido. Enciende otro cigarrillo pero apenas fuma. Tiene la boca demasiado seca y le duelen los ojos. Se limita a contemplar su desaparición en humo. ¿Dejarse morir? interrumpe una voz secreta que se repite en el silencio creciente. Se sabe solo pero no se acongoja. Ni tan siquiera intenta juzgar la falta de tacto de la pregunta. En realidad siente alivio. Le sorprende, sin embargo, la forma pasiva empleada en la invitación: dejarse morir. Un reflejo inconsciente, excusa. La muerte se aparece a veces como un atajo. Su propia noción cristiana de muerte como liberación, como ascensión ingrávida asociada a la idea del perdón, del abrazo generoso de un Dios que conoce de sufrimiento y culpa. Pero reconoce también que el don de la levedad solo puede ser otorgado, concedido por alguien que no es él. Surge un rostro. Vuelve desde muy lejos. Regresa de algún lugar. Es solo un recuerdo. Un infame dolor sin fin se apodera de su alma. De nuevo ha llegado al final de un camino que termina sin previo aviso, privando al viajero de refugio en medio del páramo nevado. Su mirada quiere recobrar por un instante el brillo de quien se sabe vivo. Se revuelve. Y las manos, los brazos y las piernas recuperan peso. Necesita confesarse. Compartir su particular búsqueda de la fuente de la melancolía. Lleva demasiado tiempo regodeándose en ideas negras. Se sentirá menos solo. Aunque sea durante unos segundos. Mueve los ojos en todas direcciones. Gira sobre sí mismo, una vez. Y otra. Y otra vez mas.
No hay nadie.
Solo el silencio frío que le azota el rostro.
Espera. Sin abatimiento pero sin esperanza. Durante mucho tiempo. Ya no hay prisa. Sabe que nada le queda por hacer. Recostado en el suelo, el frío le hace replegarse sobre sí mismo. Como un feto que espera. Aún está consciente pero deja de sentir los pies. No es capaz de saber si se mueven o si es en su recuerdo donde se mueven. Cree haber imaginado el final de otro modo pero ahora, sin embargo, le cuesta tanto pensar... Como un fuego, sí, el final era un fuego purificador que aniquila la memoria. Luego la sangre deja de fluir por las piernas. Hace tanto frío en aquella nieve tan blanca. Sus brazos... Cierra los ojos. Le silba una voz, de mujer.
Pero no hay nadie.
Se duerme.
Gracias
lunes, agosto 01, 2005
Les Yèmènites recibió el premio como mejor documental en la XXVIII Edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Elche. Solo podemos agradecer el trato, la atención y, cómo no, la decisión del jurado. Nuestra primera participación en un festival y nuestro primer reconocimiento. Trataremos de compensar la confianza con nuevos proyectos. Gracias de verdad.
Mentira y nostalgia
miércoles, marzo 30, 2005
Mi abuelo murió el 4 de mayo de 1980. Tenía sesenta y un años y yo aún no había cumplido los once. Ninguno de los dos nos enteramos hasta ese mismo día de la gravedad de su estado. Ni siquiera recuerdo su entierro porque mi madre acudió sola; mi padre, su hijo, prefirió llorar en privado, sin testigos y, al parecer, resultaba insólito que un niño de mi edad presenciara su funeral y entierro. Llevaba siete semanas ingresado en el hospital y nadie tuvo el coraje de confesarle que había ido allí a morir porque morir en casa era un inconveniente para todos. Cuando la simulación empezaba a resultar insostenible, la tercera semana, cayó en un estado de casi total inconsciencia y todos debieron sentir un alivio. La mentira surgió de un deseo de proteger al enfermo, ahorrarle la agonía, pero inmediatamente se extendió al resto de la familia; la fealdad de la agonía no debía interrumpir la felicidad de nuestra vida. Tras un mes en ese estado murió por un paro generalizado de sus funciones vitales. Mientras escribo sobre la muerte de mi abuelo me pregunto si la decisión fue de sus hijos o si ellos se encontraban en un estado de inconsciencia similar al del moribundo y la adoptó un médico. O un equipo médico. Ésta última sería la respuesta correcta para la muerte moderna. Lo que más me entristece de su pérdida es que ya hace más de diez años que su familia – bastante amplia y heterogénea, por cierto – no nos reunimos como era costumbre. Al principio se mantuvieron las citas – bodas, aniversarios – pero luego fueron distanciándose en el tiempo y a los intervalos cada vez mayores hay que añadir las ausencias y los conflictos y disputas habidas y por haber. Como en todas las familias, supongo. No recuerdo una comida familiar desde el verano de 1990.
Qué difícil es sustraerse a la nostalgia.
Y a los halcones grises que vuelan sobre la Ciudad.
Negación y ceguera
martes, marzo 01, 2005
A medida que los muertos entran en las ciudades haciendo exaltación de su presencia advertimos en la muerte una turbación insoportable. Si el contable cegado por el sol no encuentra explicación para la muerte que aniquila su efímero reino terrenal Nora la percibe con miedo, pero ese miedo la lleva a imaginar con fascinación muertos cargados de hermosura. Sin embargo ni uno ni otro representan ya la moderna muerte. O mejor dicho, ambos habían olvidado el significado de la muerte en su concepción tradicional, esa a la que Pesnik “el poeta” se aferra. Su propia impresión dramática de la muerte era entonces nueva. Sin embargo debo reconocer que se han quedado atrás, superados por un sentimiento distinto más reciente: ahora la muerte desaparece, se vuelve objeto de tabú. El propio momento de la muerte nos resulta hurtado al ser descompuesto en etapas que impiden precisar cuándo se produce: al perder la consciencia, con el último latido del músculo cardiaco, al cesar toda actividad cerebral. Si en la Dormición Cristo toma en brazos el alma de la Virgen ahora solo alcanzamos a escuchar un pitido estridente surgido de una máquina que registra el encefalograma del moribundo. A su alrededor no hay ceremonia ni emoción sino un grupo de sujetos anónimos protegidos con guantes de látex y batas desechables. Se nos escamotea también el significado de los ritos funerarios: si bien algunas formalidades se mantienen, su aceptación se hace condicionada a su discreción. Los amigos, los niños y los conocidos en general son mantenidos al margen de las operaciones funerarias cuyo único destino es hacer desaparecer el cuerpo. Las manifestaciones externas desaparecen. Las condolencias a la familia resultan insoportables e incómodas para todos y se evita el luto. Ya no se lleva ropa oscura; no es conveniente un aspecto diferente al de cualquier otro día. El dramatismo del entierro de Courbet no inspira piedad sino repugnancia. El llanto o el lamento público es un signo de histerismo, un desequilibrio mental y la incineración se convierte en el instrumento perfecto de la muerte negada porque es el método más eficaz para hacer desaparecer el cuerpo: las cenizas se dispersan al aire, se arrojan al mar o se conservan en jarroncillos tan discretos que su destino parecer ser el extravío en la próxima mudanza. La moderna prohibición de la muerte la ha reducido a la condición de tabú del que debemos sustraernos; solo nos cabe cerrar los ojos. La muerte negada trae consigo la ceguera. Y esta convicción me lleva a asociarla con el tabú que subyace en el mito de la víctima de la más terrible de las fatalidades: Edipo, tras a matar a Layo, rey de Tebas, y casarse con Yocasta, unión de la que nacieron cuatro hijos, descubre a través de un adivino que la predicción del oráculo se ha cumplido; ha asesinado a su padre y su matrimonio con Yocasta, su madre, es una unión incestuosa. Yocasta, avergonzada, se ahorca. Edipo se perfora los ojos y, expulsado de Tebas, solo le queda errar como un mendigo del brazo de su hija Antígona, la única que le fue fiel. El drama de Edipo y lo inevitable del destino para él reservado - ¿no estamos todos predestinados hacia la muerte? – ha sido objeto de amplia atención, desde Esquilo a Cocteau. Pero no es esa la razón por la que asocio la muerte moderna con el mito clásico sino la idéntica reacción de Edipo ante su fatalidad y el hombre moderno ante la muerte: el primero se perfora los ojos y el segundo los cierra. Ciegos, pues, vagan ambos en busca de un asilo. Edipo, al menos, lo encontró en Colona, cerca de Atenas.
When i look at the world
martes, febrero 15, 2005
Mimo Kosta murió un mes después del rodaje y a él está dedicado este corto documental que no es sino una reflexión sobre la realidad y la memoria como forma de olvido. Estructurado como un devenir casual durante 24 horas por Londres con la única guía de la curiosidad del observador el corto documental está rodado en formato 16:9 y supone la primera colaboración con MIR Productions. A la vista del resultado seguro que hay mas.
Ficha técnica:
Fecha: Febrero, 2005
Duración: 15,07`
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión: Metodi Matut
Fotografía: Mimo Kosta
El sueño de Nora
sábado, enero 29, 2005
Calla durante un instante. Sin embargo no pide perdón. El sueño de Nora está teñido de color azul. Desde luego el cielo, la luz y los rostros pero incluso la vegetación a través de la que huye se me antoja azulada como las tormentas violentas y repentinas que llegan con el final de las tardes de verano en Ohrid (18). Porque azulada es la muerte para alguien tan joven como Nora. Quizás sea su juventud la que le impulsa a imaginarla hermosa y seductora, pero no sólo ella encuentra la muerte objeto de fascinación. Otros antes hallaron deleites eróticos en la proximidad de la muerte: el demacrado y esquelético jinete con el que Durero representa la muerte en el Apocalipsis conserva intactos sus genitales - ¿va a hacer uso de ellos? -; Shakespeare sitúa la escena de amor y muerte de los amantes más celebres, Romeo y Julieta, en la tumba de los Capuleto; Poe ocupa al esposo recién casado en el excitante recuerdo de Ligeia - la hermosa sepultada - incluso en la alcoba y durante las impías primeras horas de su nuevo casamiento; para Baudelaire caja y alcoba, desenfreno y muerte son dos buenas hermanas que ofrecen por turno terribles placeres y horribles dulzuras. La muerte es una ruptura aunque, a diferencia del contable cegado por el sol, que se rebela en un inútil gesto de rechazo, es percibida como una transgresión provocadora. La muerte y el sexo liberan el cuerpo de consciencia y represión. En una y otra se concitan fuerzas arrebatadoras que provocan la pérdida de cualquier control. El sexo – lo prohibido - y la muerte – lo desconocido - permiten transcender lo ordinario y asomarse a un territorio al que, de otro modo, no se accede sino a través de la fantasía. Los anhelos. Nora se asoma, siente el vértigo y echa a correr, asustada.
(18) N. del T. Ciudad de la actual Macedonia levantada en un promontorio sobre el lago homónimo y frente a Albania.
Californian`s tale
domingo, enero 09, 2005
Mark Twain escribió en 1.893 un cuento titulado The Californian`s Tale en el que un hombre que nunca ha aceptado la muerte de su mujer, ocurrida diecinueve años antes, pasa el día del aniversario de esa muerte esperando su regreso en compañía de amigos que lo ayudan a mantener la ilusión del imposible retorno. La nueva muerte ha triunfado desplazando definitivamente los usos tradicionales. Los vivos deben dar a los muertos, a través de la visita piadosa a la tumba, testimonio de su veneración; el viudo se aferra a los restos de su esposa muerta. Y para ello sus restos debían estar en un lugar que les sea propio. Por eso acude al lugar exacto en el que el cuerpo ha sido depositado, lugar que pertenece completamente al muerto. La sepultura se convierte así en una cierta forma de propiedad, sustraída al comercio pero asegurada a perpetuidad. El lamento melancólico del marido superviviente sólo es posible porque existe una sepultura individualizada – elevada respecto al terreno, rematada con estatuas que se agitan, se abrazan y se lamentan - que perpetua la presencia del muerto. Pero la sepultura no solo perpetúa al muerto sino que termina por suplantarlo. La tumba, el sepulcro, es ahora su nuevo cuerpo y como tal exige cuidados y atención. La visita piadosa a la tumba sustituye así a la naturalidad tradicional en la que se desenvolvían vivos y muertos en el atrio bajo el que se encontraban las fosas comunes. El rito suplanta lo cotidiano. Ahora se va a visitar la tumba del ser querido lleno de recuerdos y el visitante se entrega al recogimiento, se evoca al muerto y cultiva su recuerdo. Y se toma conciencia de la muerte como algo ajeno. Porque es en la proximidad del muerto, individualizado y exaltado en su sepulcro romántico, rodeado por jardines y aún bosques casi impenetrables a la luz, cuando se alcanza la certeza de que el muerto es otro. La nueva muerte es siempre la muerte ajena, representada pomposamente en sepulcros y panteones – una visita a las necrópolis de Père Lachaise, Montmartre o Montparnasse resulta reveladora a estos efectos - que idealizan y perpetúan pero permanecen en silencio: la espera del imposible regreso se soporta sólo porque es imposible. El culto a la tumba, el rito, actúa como antídoto. Puede que incluso para el esposo viudo del cuento de Mark Twain.
Ornans
miércoles, diciembre 01, 2004
La imagen del contable cegado por el sol resistiéndose incrédulo ante su propia muerte me lleva a asociarlo con uno de los personajes que aparecen en el Entierro de Ornans expuesto en el Museo de Orsay de París. La primera y más poderosa impresión ante el cuadro es el predominio absoluto del color negro hasta el punto que los asistentes carecen de cuerpos propios, fundidos en un luto riguroso del que solo se libra el sacerdote oficiante, los monaguillos y el enterrador, arrodillado junto a la fosa. El efecto pictórico que Courbet busca – y consigue – mediante ese recurso es dirigir la atención del espectador hacia los rostros de los asistentes de modo que el óleo se convierte en un repertorio de retratos a costa del propio muerto cuya presencia nos es vedada no por pudor sino por innecesaria. Se ha producido una notable inversión en la forma de representar el momento de la muerte. Si en la Dormición la figura central era el cuerpo yacente del muerto en Courbet ese cuerpo ha desaparecido y solo quedan los gestos de los miembros del cortejo. Volvamos pues a los rostros. Su disposición no es casual: mientras las mujeres se giran hacia la familia del muerto dando la espalda al cadáver inexistente – pero intuido – los varones, más próximos a la tumba, dirigen su atención hacia ésta. Se crean así dos puntos de referencia adquiriendo tanta atención y protagonismo la viuda que se queda como el muerto que ya se ha ido. Pero si la distribución de los personajes revela una profunda mutación respecto a la concepción tradicional de la muerte el gesto particular de los asistentes ratifica dicho cambio. Es cierto que algunos de los hombres mantienen un gesto de emoción contenida. Sin embargo son los menos. Uno, desconsolado, llora con un pañuelo sobre la cara que le evita la vista del cadáver. Justo detrás otro hombre parece desmayarse y necesita del abrazo reconfortante de un compañero. La única mujer que sostiene la vista sobre la fosa se cubre ¡la boca! – como si la imagen del cadáver resultase tan insoportable que provoca un vómito apenas contenido – y las demás lloran, languidecen y se conmueven con un dramatismo que es desconocido en la Dormición. Pero hay un personaje que resume la nueva concepción de la muerte. Courbet llama la atención sobre él situándolo junto al perro – blanco, para facilitar su localización – que simboliza la fidelidad. Se diferencia del resto de personajes porque tiene cuerpo y tiene cuerpo porque no va vestido de negro. No lleva luto. Gracias a esta aparente peculiaridad podemos verle doblar su brazo y dirigir la mano entreabierta hacia el muerto en un gesto espontáneo de incredulidad. Porque ese es el sentimiento clave: los supervivientes son sorprendidos por la muerte del otro hasta el punto que se les hace imposible aceptarla. Al recordar al hombre que mueve su mano hacia la fosa casi puedo oírle exclamar: “Cómo es posible. Ayer reíamos juntos en el casino y hoy estás ahí...mudo...quieto ... muerto. No es posible”. La muerte se ha convertido en una transgresión inadmisible para los vivos. Una ruptura.
Lejos de Sopocani
A pesar de su familiaridad con la muerte los antiguos temían la cercanía de los muertos – no los consideraban vecinos deseables - y los mantenían en lugar apartado. Supongo que esa idea surgió durante mi primer curso en la facultad de Derecho: una de las asignaturas era derecho romano y dedicamos el primer semestre a la rama del derecho público - algo así como el derecho constitucional y administrativo de la actualidad – que incluía en su programa la Ley de las Doce Tablas. Y ésta primera norma fundamental de la que se dotaron los romanos prohibía los entierros en el interior de las ciudades; el mundo de los vivos debía estar separado del de los muertos y por eso los cementerios estaban situados fuera de las ciudades, al borde de las calzadas como la vía Apia en Roma. Pero con el triunfo del cristianismo comienza la veneración de los mártires y con ella la construcción de basílicas sobre los lugares donde la profesión de fe se hace pública. A su alrededor, rodeando sus muros, se amontonan los sarcófagos de quienes buscan protección contra el horrible infierno y guía inmediata al anhelado paraíso. Y al extenderse esta costumbre a la iglesia-catedral los muertos, mezclados ya con los habitantes de los barrios populares de los suburbios – que se habían desarrollado en torno a las basílicas – penetraban en el corazón histórico de las ciudades. El cuerpo – y cuando el cuerpo desaparecía los huesos amontonados en los osarios - era confiado a la Iglesia que lo conservaba en su recinto sagrado hasta el día de la resurrección. Pero ese recinto era, en cualquier caso, lugar de asilo y gozaba de privilegios fiscales y señoriales, por lo que no es sorprendente que se convirtiera en lugar de encuentro, reunión y mercadeo o diversión también para los vivos. Vivos y muertos conviven sin problema. Pero esa vecindad resulta posible porque los vivos apenas son importunados por los muertos que son enterrados en fosas comunes, envueltos en sudarios cosidos sin ataúdes ni inscripciones singulares resultan casi invisibles.
Sopocani
miércoles, noviembre 10, 2004
La primera vez que la imagen de la muerte se me hizo evidente coincidió con la primera ocasión en la que mis padres hicieron un viaje en avión. Aunque parece una asociación de ideas propia de la psicología infantil la explicación es mucho más vulgar: por alguna razón desconocida mis padres volaron casi de improviso a París aunque por motivos que yo – entonces - tampoco era capaz de comprender su correspondencia se dirigía al Puesto Militar 24 de Belgrado (4). Tenía ocho años y como mi presencia era perfectamente inútil me enviaron a pasar una temporada a la granja de mi familia en las cercanías de Novi Pazar (5). Supongo que se trataba de una experiencia similar a la de los Pioneros (6) seleccionados para veranear en una de aquellas granjas-escuela repartidas por toda la república. Pero había dos diferencias: a mi no me entregaron un banderín en la ceremonia que se celebra al final del campamento y los Pioneros no programaban visitas a iglesias ni monasterios. Mi familia – mis padres - no destacaban por su religiosidad así que es fácil imaginar mi estado de ánimo cuando me encontré en compañía de mi tía encendiendo cirios en el interior del monasterio de Sopocani (7): desde el exterior la iglesia parecía pequeña, casi una miniatura. Sin embargo en su interior la sensación de verticalidad es vertiginosa: cuatro cúpulas de color azul pálido se concentran alrededor del cimborrio de otra cúpula sostenida por columnas tan próximas que el resultado es un efecto arquitectónico mágico y lo que parecía minúsculo desde el exterior se ve inmenso en el interior. Pero aquella sorpresa no fue la única. En la nave hay dos series de pinturas; en la zona superior las imágenes están firmemente delineadas y sus ropas caen en pesados pliegues. Los personajes flotan por efecto de una fe infinita y tienen una expresión grave y contenida. Los frescos de los espacios inferiores están ocupados con masas rítmicas en las que representaciones de escenas pastoriles (8) se funden con otras, mayestáticas, dispuestas ante un fondo de oro. En el muro occidental de la nave, sobre la puerta que da acceso a la misma, se encuentra una pintura mural que representa la Dormición: entre una multitud de apóstoles, ángeles y devotas, María yace en un lecho adornado con ricas colgaduras; detrás de ella Cristo sostiene el alma – un recién nacido – de la Virgen. Dotada de una intensa espiritualidad y sutileza la solemne escena está impregnada de ternura y emoción contenida. La muerte – la Dormición que se presenta yaciendo en el lecho – es aceptada y celebrada de manera ceremonial pero sin dramatismo, sin impactos emocionales. No se trata de limitaciones técnicas de los pintores llegados de la corte bizantina porque otros murales – la Anástasis o la Escena de la Traición (9) - son la violenta expresión de un drama en el cual la inmóvil figura de Cristo es blanco de un torbellino de figuras – alguna de las cuales levanta su espada como si fuera a ensartarlo allí mismo - guiadas por un macizo Judas que casi amenaza con aplastar físicamente a la víctima. La Dormición es pues una fiel representación de esa vieja actitud según la cual la muerte es a la vez familiar y próxima que se opone demasiado a la nuestra: la muerte da miedo hasta el punto de que ya no nos atrevemos a pronunciar su nombre.
(4) N. del T. Una de las direcciones a la que los familiares de los presos políticos de la Yugoslavia de Tito debían escribir. La represión comunista aparece fielmente recogida por Miroslav Popovic, Les vauriens de Tito, Bourgois, Paris, 1991. La detención e internamiento tuvo su origen en una carta colectiva contra la autonomía concedida a Kosovo en la Constitución de 1.974 y la pérdida de influencia serbia en la provincia precedida en 1.968 por la supresión de la segunda parte del nombre tradicional de la provincia – Kosovo-Metohija – que hacía referencia a las posesiones del Patriarcado ortodoxo de Peç y, por lo tanto, a su carácter serbio.
(5) N. del T. Ciudad serbia sobre el río Raska en el corazón del antiguo reino medieval de Ras y hoy habitada mayoritariamente por musulmanes. Tatiana y las piedras (Wholly Humble Heart Edt.) se desarrolla en una aldea – en la actualidad arrabales de Novi Pazar – a los pies de la Iglesia de Sveti Pedja.
(6) N. del T. Organización infantil comunista dedicada al adoctrinamiento político en la que se encuadraba a niños y niñas a partir de los siete años.
(7) N. del T. Fundado en 1.256 por Uros I y destinada a ser su mausoleo, así como el de la reina Ana Dandolo y el rey Stefan Prvocencani, conserva los retratos del fundador, la reina Ana de Anjou y sus hijos Dragutin y Milutin en el nártex. Sus frescos son el momento de mayor gloria del arte serbio, aunque la destrucción y abandono provocado por los otomanos a finales del s. XVII hizo que permanecieran largo tiempo al aire libre con el consiguiente deterioro de varios frescos.
(8) N. del T. La escena de la Natividad incluye dos pastores con un uso del color que demuestra un interés por el realismo y una capacidad de penetración psicológica en su expresión desconocida hasta ese momento.
(9) N. Del T. El autor debe referirse a la iglesia de Sveti Clement de Ohrid fundación del rey Milutin en 1.295 y obra de Eutychios y Miguel .
Les Yèmènites
lunes, noviembre 01, 2004
No se puede contemplar la realidad sin tomar partido ante ella. Coproducido por Wholly humble heart films y Mimoglú cinema el último corto documental de la serie yemení plantea de forma minuciosa y sin complejos la realidad de tres mundos (niños, hombres, mujeres) con un resultado tan imprevisto y contundente como la vida misma.
Ficha técnica
Fecha: Octubre, 2004
Duración: 12,01`
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión: Cyril y Metodi Matut
Fotografía: Mimo Kosta
Reconocimientos
Mejor Documental, Festival Internacional de Cine Independiente de Elche, 2005
Sección Documentales, Festival de Cortos de Ciudad Real, 2005
Sección Informativa, Play-Doc, 2006
Mirada Womad, Festival Internacional Cine Cáceres, 2006
Festival Internacional Cine Inédito Islantilla, 2006
Festival de Cine de Sax, 2006 (Fuera de concurso)
Premio del Jurado, Festival Internacional Cine Solidario, Navarclés, 2006
Mejor Corto No Ficción, Festival Audiovisual Subimagen-06, III Concurso de Cortos Ciudad de Zamora, 2006
XX Pärnu International Documentary and Anthropology Film Festival (Estonia), 2006
Festival Internacional de Creación Audiovisual, FICA 2006 Villanueva De La Serena
Frontiere Film Festival 2006, Luzzara (RE), Emilia-Romagna (Italia)
AMAL-06, Festival Internacional de Cine Euro Arabe, Santiago de Compostela.
Rodaje en Marruecos
martes, agosto 10, 2004
Ha comenzado el rodaje en Marruecos del documental "Le votre pays" que se desarrollará en Nador, Fes, Meknes y al borde del océano Atlántico en Rabat. Forma parte de la serie de Confines del Islam producida por Wholly humble heart films.
Nanni Moretti
martes, julio 06, 2004
Desde lo privado a lo común, desde los conflictos psicológicos a los políticos, el cine como cuestionamiento de la realidad, la cámara como un paseo en Vespa por la vida. Modestia, libertad, sensibilidad. Levedad, humor, lucidez. Cine del de verdad.
La messa é finita (1.985)
Duración 95 min.
Dirección Nanni Moretti
GuiónNanni Moretti & Sandro Petraglia
FotografíaFranco di Giacomo
Música Franco Piersanti
Palombella rossa (Vaselina roja) (1.989)
Duración 89 min.
Dirección Nanni Moretti
Guión Nanni Moretti
Fotografía Giuseppe Lanci
Música Nicola Piovani
La cosa (1.990)
Duración 59 min.
Dirección Nanni Moretti
Guión Nanni Moretti
Fotografia: Alessandro Pesci, Giuseppe Baresi, Roberto Cimatti, Riccardo Gambaccani, Gherardo Gossi, Angelo Strano
Caro diario (1.993)
Duración 128 min
Director Nanni Moretti
Guión Nanni Moretti
Fotografía Giuseppe Lanci
Música Nicola Piovani
Aprile (1.998)
Duración 78 min.
Director Nanni Moretti
Guión Nanni Moretti
Fotografía Giuseppe Lanci
Música Pérez Prado
La stanza del figlio (2.001)
Duración 100 min.
Dirección Nanni Moretti
Guión Nanni Moretti, Linda Ferri, Heidrun Schleef
Fotografía Giuseppe Lanci
Música Nicola Piovani
Lady Ashford´s secret Wadi Hadramawth
domingo, junio 13, 2004
Siguiendo los diarios escritos en 1.927 por Lady Ashford, conocida por sus agrias polémicas con el grupo de Bloomsbury y descubridora de Wadi Hadramawth para occidente, con guión de Marie Toral, al que pone voz ella misma, y coproducida por Wholly humble heart films y Mimoglù cinema, el corto documental se adentra en los palacios abandonados de Tarim y Say´yun y la asombrosa arquitectura del barro de Shibam para mostrar la creatividad de los habitantes del Wadi que se extiende desde el desierto hasta el Océano Índico.
Ficha Técnica
Fecha: Mayo, 2004
Duración: 18,14´
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión: Marie Toral
Fotografía: Mimo Kosta
Die Tihama: hölle im paradies
sábado, junio 12, 2004
Parte de un amplio proyecto de documentales filmados en los límites del islam, Yemen es la frontera índica. Sin embargo la sorprendente variedad del país desborda el plan inicial y da pié a toda una serie compuesta de tres cortos y un documental. La Tihama, infierno en el paraiso, es el primero de los cortos documentales de Yemen realizados para Wholly humble heart films, un recorrido por la costa del Mar Rojo desde Al-Luhayya hasta el antiguo puerto cafetero de Al-Mohka a través de paisajes de acacias y ciudades-tesoro como Zabid al ritmo de la música Fouad Al-Quilsqi.
Ficha Técnica
Fecha: Diciembre, 2003
Duración: 13,36`
Dirección: Cyril y Metodi Matut
Guión: Marita Toralen
Fotografía: Mimo Kosta
Música: Fouad Al-Qilsqi