Las sombras

martes, enero 23, 2007

"Un hombre joven pero con el rostro amenazado ya por las marcas que deja el olvido y el viento helado de las montañas sube desde el río. Trae una botella en su mano izquierda. En la derecha hay un tatuaje con forma de tela de araña. Le mira con unos ojos grandes y saltones. Pasa de largo. De nuevo se siente defraudado. Si el tipo del tatuaje se hubiera tomado la molestia de acercarse al hombre que un día se llamó Kaçak para preguntar por qué traicionaba él a los suyos, habría hecho una mueca vanidosa - me parece estar viéndole - y habría contestado que el pasado que dejaba atrás no era el suyo. Tenía sus propios sonidos, sus ritos y habitantes pero carecía de un origen en el que pudiera reconocerse. Nunca pudo adentrarse en él, reconocer sus bordes o al menos asomarse a alguno de sus pasillos. Es tan solo un espacio muerto del que no forma parte. Por esa misma razón en su partida no hay traición. Ni hubo traición la noche que se escondió agazapado tras el tronco quebrado de una encina. Aquella noche el viento deshacía las nubes en láminas tan delgadas que, a través de ellas, podían ser contempladas las estrellas. Y, aún más allá, el cielo, negro. Los ojos redondos de una lechuza con el cuerpo plateado también observan el cielo. La entrada al laberinto se abre. Los sonidos cadenciosos de la brisa lo anuncian; a lo lejos, por el camino que discurre unos metros más allá de la encina tras la que se oculta, percibe el eco que producen los cascos de un caballo en su trote sobre el polvo. Sin alcanzar a verlo sabe que aquel caballo tiene un porte distinguido y unas crines largas y negras que él ha peinado cada día. Sobre sus lomos, brillantes, imagina el rostro del Hajduk, sus ojeras, la palidez de su piel y una mirada perdida e imposible de sorprender que domina su apariencia ausente. Espera a que se acerque. Kaçak clava los ojos en un punto incandescente que se desplaza lentamente por el camino. El cigarrillo le servirá de referencia. Las sombras se alargan. La lechuza desaparece. Contiene un segundo la respiración. Su brazo se arquea. Un golpe sordo rebota desde el camino que discurre unos metros más abajo. La piedra alcanza al Hajduk en el pecho, lo desequilibra y el movimiento nervioso del caballo termina arrojándolo de bruces al suelo como si fuera un saco. El Hajduk farfulla unos gritos. Intenta incorporarse. Dobla el brazo sobre el pecho dolorido. Se encuentra frente a Kaçak. En sus ojos, húmedos, bailan dos motas heladas. Algo se mueve pero el Hajduk ni siquiera siente el corte. La garganta se le abre y solo le queda ahogarse en sangre. Se desmorona y muere. Kaçak tiene los músculos de las piernas tan tensos que las rodillas se le flexionan involuntariamente y empieza a balancearse arriba y abajo en una extraña danza de sangre. Ladra triunfal a las estrellas y se escabulle en la noche."

Extracto
Anhelos, lamentos y traiciones