Californian`s tale

domingo, enero 09, 2005

Mark Twain escribió en 1.893 un cuento titulado The Californian`s Tale en el que un hombre que nunca ha aceptado la muerte de su mujer, ocurrida diecinueve años antes, pasa el día del aniversario de esa muerte esperando su regreso en compañía de amigos que lo ayudan a mantener la ilusión del imposible retorno. La nueva muerte ha triunfado desplazando definitivamente los usos tradicionales. Los vivos deben dar a los muertos, a través de la visita piadosa a la tumba, testimonio de su veneración; el viudo se aferra a los restos de su esposa muerta. Y para ello sus restos debían estar en un lugar que les sea propio. Por eso acude al lugar exacto en el que el cuerpo ha sido depositado, lugar que pertenece completamente al muerto. La sepultura se convierte así en una cierta forma de propiedad, sustraída al comercio pero asegurada a perpetuidad. El lamento melancólico del marido superviviente sólo es posible porque existe una sepultura individualizada – elevada respecto al terreno, rematada con estatuas que se agitan, se abrazan y se lamentan - que perpetua la presencia del muerto. Pero la sepultura no solo perpetúa al muerto sino que termina por suplantarlo. La tumba, el sepulcro, es ahora su nuevo cuerpo y como tal exige cuidados y atención. La visita piadosa a la tumba sustituye así a la naturalidad tradicional en la que se desenvolvían vivos y muertos en el atrio bajo el que se encontraban las fosas comunes. El rito suplanta lo cotidiano. Ahora se va a visitar la tumba del ser querido lleno de recuerdos y el visitante se entrega al recogimiento, se evoca al muerto y cultiva su recuerdo. Y se toma conciencia de la muerte como algo ajeno. Porque es en la proximidad del muerto, individualizado y exaltado en su sepulcro romántico, rodeado por jardines y aún bosques casi impenetrables a la luz, cuando se alcanza la certeza de que el muerto es otro. La nueva muerte es siempre la muerte ajena, representada pomposamente en sepulcros y panteones – una visita a las necrópolis de Père Lachaise, Montmartre o Montparnasse resulta reveladora a estos efectos - que idealizan y perpetúan pero permanecen en silencio: la espera del imposible regreso se soporta sólo porque es imposible. El culto a la tumba, el rito, actúa como antídoto. Puede que incluso para el esposo viudo del cuento de Mark Twain.