Antes de empezar
sábado, junio 05, 2004
Y nadie podrá decirse engañado. Nuestros diez mandamientos:
Primero: Cine documental.
Cine = magia; documental = verdad; cine documental = magia de verdad. ¿Por qué renunciar al cine para hacer documental? ¿En qué árbol genealógico está escrito que el documental es primo hermano del periodismo? Hacemos cine, del de verdad, cine documental.
Segundo: Un respeto.
Bufonadas, parodias, sainetes y gangas maniqueas para quien las quiera regaladas. La cámara exige un respeto. Tanto aquel a quien situamos ante el objetivo como quien se dispone a contemplar el resultado de la obra merece un respeto. Solo con ese punto de partida el autor puede pretender el mismo trato.
Tercero: Sentimentalidad vacía.
"Sequía del corazón disimulada detrás de un estilo desbordante de sentimientos", escribe Kafka en su diario sobre Dickens. Nuestra repulsa de la sentimentalidad se dirige no solo a Dickens, sino al romanticismo en general, a sus herederos, a toda la Santa Iglesia del Corazón, a todos los miembros de la Liga de la Lágrima Fácil.
Cuarto: Contra la memoria.
La memoria es algo flaco, subjetivo, que elimina lo que no conviene o recrea lo que se decide conviene y en los términos que conviene. La memoria, como escribió en algún sitio Milan Kundera, no es la negación del olvido sino una forma de olvido. El peor de todos porque es un olvido selectivo, parcial, interesado. La "memoria histórica" no es sino la forma moderna que utilizan los mitómanos para justificar sus falsificaciones, seleccionando medias verdades y adornándolas con lo que haga falta. Son conscientes de que no buscan la realidad acontecida, la Verdad, y por eso apelan a la memoria, realidad creada para convencer de que lo que desean aconteció realmente.
Quinto: Incorrectos.
Y si el príncipe se pasea desnudo ¿no habríamos de filmarlo tal cual camina, nalgas al aire, por mucho que los amigos de lo fácil canten la belleza de sus inexistentes ropajes? Los prejuicios, los intereses, las falacias, los estereotipos, las convenciones, los comodismos políticamente correctos, para la televisión cortesana y los cortos de entendederas
Sexto: Contra la vulgaridad.
Nos invade a cada paso, nos deja ciegos, sordos, mudos y hasta nos impide pensar. Asfixia la lucidez y la inteligencia, pero ante la vulgaridad no cabe la huída estética sino la firmeza de las convicciones. Contra la vulgaridad, ingenio.
Séptimo: Exotismo.
La estética de lo diverso no es lo mismo que la diversidad ética. Nos interesa lo extraño, lo chocante, lo extravagante en tanto nos es propio. No hacemos antropología ni convertimos en propio lo éticamente inaceptable porque sea estéticamente atractivo. Ni existe el bon sauvage ni los ojos de un niño esclavo de Sudán pueden hacernos olvidar la aberración de la esclavitud.
Octavo: Derecho al Día-D.
El muy esencial derecho de los pueblos a disponer de sí mismos no es lo mismo que el derecho de los gobernantes a disponer de sus pueblos. Desde Normandía a Bagdad, pasando por Kosovo. O desde Camboya a Ruanda, pasando por Tiannamen.
Noveno: Aplausos vs. éxtasis.
Éxtasis significa estar fuera de sí. Sin embargo no nos referimos al soñador que se escapa hacia el pasado o hacia el porvenir sino al éxtasis como identificación absoluta con el instante presente, un olvido total del pasado y del futuro. Estamos acostumbrados a vincular la noción de éxtasis con los grandes momentos místicos o con el sexo o con la muerte (la emoción alcanza su paroxismo y, simultaneamente, su negación) pero existe un éxtasis cotidiano, vulgar: el éxtasis de la sordera en un concierto rock, el éxtasis en los estadios de fútbol, el éxtasis de la estampida de búfalos. Identidad colectiva a través del éxtasis. Huímos del éxtasis de las emociones. Preferimos los aplausos que enlazan la distancia crítica entre autor y espectador: te he escuchado atentamente y ahora te manifiesto mi estima.
Décimo: Emigración.
La emigración es difícil desde el punto de vista personal: nostalgia, pérdida, rechazo... Más, si cabe, para un novelista, para un compositor, para un cineasta, para un creador, alejado del lugar al que están unidos su imaginación, sus obsesiones y, por lo tanto, sus temas fundamentales. La emigración es un desgarro personal y artístico. Y precisamente por ello la mirada furtiva del emigrado es tan ventajosa.
Final: Edward Hopper.
Todos los anteriores mandamientos se resumen en éste: cuando miramos al mundo vemos una pintura de Hopper (y descubrimos soledad).