Ornans

miércoles, diciembre 01, 2004

La imagen del contable cegado por el sol resistiéndose incrédulo ante su propia muerte me lleva a asociarlo con uno de los personajes que aparecen en el Entierro de Ornans expuesto en el Museo de Orsay de París. La primera y más poderosa impresión ante el cuadro es el predominio absoluto del color negro hasta el punto que los asistentes carecen de cuerpos propios, fundidos en un luto riguroso del que solo se libra el sacerdote oficiante, los monaguillos y el enterrador, arrodillado junto a la fosa. El efecto pictórico que Courbet busca – y consigue – mediante ese recurso es dirigir la atención del espectador hacia los rostros de los asistentes de modo que el óleo se convierte en un repertorio de retratos a costa del propio muerto cuya presencia nos es vedada no por pudor sino por innecesaria. Se ha producido una notable inversión en la forma de representar el momento de la muerte. Si en la Dormición la figura central era el cuerpo yacente del muerto en Courbet ese cuerpo ha desaparecido y solo quedan los gestos de los miembros del cortejo. Volvamos pues a los rostros. Su disposición no es casual: mientras las mujeres se giran hacia la familia del muerto dando la espalda al cadáver inexistente – pero intuido – los varones, más próximos a la tumba, dirigen su atención hacia ésta. Se crean así dos puntos de referencia adquiriendo tanta atención y protagonismo la viuda que se queda como el muerto que ya se ha ido. Pero si la distribución de los personajes revela una profunda mutación respecto a la concepción tradicional de la muerte el gesto particular de los asistentes ratifica dicho cambio. Es cierto que algunos de los hombres mantienen un gesto de emoción contenida. Sin embargo son los menos. Uno, desconsolado, llora con un pañuelo sobre la cara que le evita la vista del cadáver. Justo detrás otro hombre parece desmayarse y necesita del abrazo reconfortante de un compañero. La única mujer que sostiene la vista sobre la fosa se cubre ¡la boca! – como si la imagen del cadáver resultase tan insoportable que provoca un vómito apenas contenido – y las demás lloran, languidecen y se conmueven con un dramatismo que es desconocido en la Dormición. Pero hay un personaje que resume la nueva concepción de la muerte. Courbet llama la atención sobre él situándolo junto al perro – blanco, para facilitar su localización – que simboliza la fidelidad. Se diferencia del resto de personajes porque tiene cuerpo y tiene cuerpo porque no va vestido de negro. No lleva luto. Gracias a esta aparente peculiaridad podemos verle doblar su brazo y dirigir la mano entreabierta hacia el muerto en un gesto espontáneo de incredulidad. Porque ese es el sentimiento clave: los supervivientes son sorprendidos por la muerte del otro hasta el punto que se les hace imposible aceptarla. Al recordar al hombre que mueve su mano hacia la fosa casi puedo oírle exclamar: “Cómo es posible. Ayer reíamos juntos en el casino y hoy estás ahí...mudo...quieto ... muerto. No es posible”. La muerte se ha convertido en una transgresión inadmisible para los vivos. Una ruptura.

3 Comments:

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